Bienal NOmade; 

Mural desplegado en el piso, Geografía, pliegues, hendiduras, quebradas y devenir de los fluidos.

En esta obra, el gesto inicial —arrugar una hoja— ya contiene la semilla de un territorio. La presión de la mano convierte la superficie lisa en un relieve vivo, un mapa de accidentes y resistencias. No hay preparación previa ni boceto que determine el resultado: cada pliegue es un acontecimiento, un inicio posible.

Al estirar esos papeles, la materia revela su memoria: líneas, quiebres y dobleces que, lejos de ser imperfecciones, son huellas de intensidad. Sobre este plano topográfico, la pintura roja cae sin guía, siguiendo un curso azaroso dictado por la geografía de los pliegues. El pigmento fluye como un líquido que encuentra sus propias rutas, dibujando territorios efímeros, ocupando hendiduras y crestas, generando un cartografiado de azar y gravedad.

La acción de traslapar y clavar las hojas en el piso de la morgue produce un desplazamiento radical: del taller al socius, del plano abstracto al territorio cargado de memoria. El hospital abandonado, espacio marcado por la ausencia y el silencio, actúa como un estrato que acoge e inscribe la obra. El suelo, otrora escenario del cuerpo inerte, se convierte ahora en superficie de inscripción de pliegues, pigmentos y tensiones.

La instalación es un agenciamiento maquínico donde materia, gesto, azar y emplazamiento se acoplan para generar un Cuerpo sin Órganos: un plano de intensidades que suspende el uso habitual del papel y lo abre a nuevas funciones. Los pliegues son territorializaciones; los escurrimientos de pintura, líneas de fuga que desterritorializan la superficie. La morgue, como socius, es reterritorializada por el gesto artístico, cargándola de nuevos usos simbólicos y afectivos.

​